Hoy abordaremos el tema de las fiestas luctuosas en el
Barroco, para completar el post que hicimos sobre estas mismas fiestas en el
Renacimiento (podéis verlo aquí).
Los temas de las exequias reales no cambian con respecto a
las que se hicieron en el Renacimiento. Tanto la iconografía como la
escenografía iban encaminadas a exaltar las virtudes del rey.
La legitimidad del
rey se demostraba aquí, y la continuidad de su poder. Las fiestas
luctuosas son el último eslabón desde que nace el rey.
Ya en el siglo XVIII, con las ideas ilustradas, se vuelve a
un tema que era mucho más evidente en el Renacimiento: el triunfo sobre la muerte a través de la fama.
Los programas iconográficos de las exequias se hacen más
claros, y desaparecen los temas macabros, sustituyéndose por una iconografía
más triunfalista, que alude a la vida del fallecido.
Tampoco encontraremos grandes cambios respecto a la
organización de las exequias. Lo verdaderamente nuevo va a ser la grandiosidad
y el carácter escenográfico o teatral que adquiere la escenografía dentro de la
iglesia.
En cuanto al proceso, tampoco hay grandes cambios, aunque
tenemos que distinguir el protocolo de palacio y las exequias que se realizan
en las diversas ciudades de un reino (son dos procesos distintos).
Una vez que el rey moría en palacio, lo primero era el embalsamamiento,
y después se procede a difundir la
noticia por el reino. A continuación se exhibe el cadáver en una capilla
ardiente: al principio de forma privada, pero después se empieza a instaurar la
costumbre de la exhibición pública (a mediados del XVII). Esto dura unos días,
y después se traslada el féretro al lugar de enterramiento, mediante un cortejo
fúnebre, con un protocolo muy rígido que se crea en tiempos de Felipe II y que
en el siglo siguiente se mantiene prácticamente igual.
En primer lugar iban los clarines y alguaciles, detrás las
órdenes mendicantes, después los alcaldes de corte y funcionarios de palacio, y
finalmente los capellanes y las familias. Alrededor del ataúd iban los
alabarderos. El pueblo se unía al cortejo por detrás. Los que iban más cerca
del cadáver eran los obispos y mayordomos.
A continuación se declaraba un luto oficial, y
posteriormente (uno o dos meses) se realizaban las exequias, es decir, los
funerales con todos los elementos decorativos (bien en catedrales o en iglesias
importantes).
Por lo que respecta a las exequias, por un lado estaban las
de la corte, también las que realizaba el Ayuntamiento de Madrid, y en el resto
de España y del Imperio, los encargados de realizar las exequias eran
instituciones muy diversas: cabildo eclesiástico de la ciudad, universidad,
reales fábricas… etc.
Se hacían una serie de actos antes de las exequias, que
suelen ser rogativas, vigilias, misas solemnes y pregones de luto. Después ya
se celebraban propiamente las exequias, donde se desplegaba toda la
grandiosidad necesaria para impactar al pueblo a través de una decoración y
ambientación escenográfica. Lo que se pretendía era exaltar la figura del poder
real, y además se exaltaba a los asistentes (personalidades principales).
Exequias por Mª Luisa de Orleans
en Palermo, 1689, ornato de la nave de la iglesia
Las iglesias se transformaban interiormente mediante
elementos efímeros: alfombras, paños, tapices, candelabros, pinturas,
esculturas, candeleros, bancos enlutados… se cubría toda la iglesia, incluso se
cubrían las ventanas, donde el centro de atención era el túmulo (catafalco). En
definitiva, la iglesia se convierte en una especie de teatro efímero
impactante, donde se escenifica el poder.
Como ejemplo tenemos las exequias por Mª Luisa de Orleans en
Palermo, con la nave oculta por todos los elementos que incluso llegan a la
bóveda. Se crea un espacio muy atractivo, con ventanas tapadas por las telas,
dejando como única iluminación la de las velas.
No todo eran lámparas y telas, también había emblemas y
jeroglíficos por todo el templo; eran de difícil comprensión para el público
iletrado.
Plano y distribución de las
exequias celebradas en el Real Convento de la Encarnación de Madrid por Felipe
IV en 1666
También era importante la colocación de los asistentes a la
misa, siendo un elemento más de escenografía y teatralidad.
La calle fúnebre (pasillo longitudinal) quedaba delimitada
por medio de vallas, estrados y alfombras de luto, todo culminaba en el túmulo.
Además, ese pasillo fúnebre le da a la escenografía mayor solemnidad, porque
tiene una función procesional (los asistentes pasan por ese pasillo al ir a sus
asientos).
Aquí vemos el rígido protocolo a la hora de distribuir a las
personas que acudían a las exequias.
Normalmente en Madrid el túmulo se colocaba en el crucero de
la iglesia. Detrás de él, en el altar mayor, se situaba el clero oficiante que
hacía la misa (cardenal, obispo y capellanes).
La zona principal era el crucero, entorno al túmulo: la
familia real (si asistía) junto con los grandes de España (nobles). En el otro
lado del crucero se colocaban los embajadores, mayordomos y capellanes de
honor. Finalmente en el pasillo fúnebre, en una valla, estaba destinado a la
clase política, los consejos, obligada a ir a las exequias. Todos desfilaban
por el pasillo e iban tomando sus propios asientos.
Todo se enfocaba al túmulo, perfectamente iluminado y podía
verse desde cualquier punto de la iglesia (por su altura), incluso por el
pueblo, que podía colocarse por detrás de los estrados.
Otro elemento básico estaba en los púlpitos: con
interminables sermones en las misas acerca del rey y de la muerte, como una
especie de mantra.
Túmulo de Carlo Barberini en Sª
Mª in Aracoeli, Roma, 1630. Bernini, Borromini y otros
En el túmulo se acumulaba todo el significado de las fiestas
fúnebres a través de los puntos de luz, las velas, jeroglíficos, paños,
esculturas, pinturas… concentraban todo el significado.
El túmulo en sí mismo rememoraba los antiguos mausoleos del
mundo clásico. Al mismo tiempo, el túmulo, se consideraba como un trono real,
puesto que el féretro era la sede de la majestad del rey. Al mismo tiempo, el
túmulo también funciona como un templo, iglesia, pues normalmente desarrollan
la función de altar, en este sentido, el túmulo refuerza el carácter divino de
la propia monarquía. La mayor parte de la luz se concentraba en él, mientras
que el resto de la iglesia estaba totalmente oscurecido.
Las formas de los túmulos dependerán del país, e irán
evolucionando con el tiempo y con las modas artísticas.
En Roma tendrán mucho peso los modelos antiguos, los
mausoleos romanos imperiales: Adriano y Augusto; al igual que las pirámides y
obeliscos.
El lenguaje clásico nunca se pierde, esto se debe a que el
Templete de San Pedro de Bramante, tiene mucha fuerza como prototipo.
A principios del siglo XVII el túmulo circular sigue muy de
moda en Roma: planta circular con dos cuerpos y una cúpula.
Aquí se nos muestra ese aspecto clásico de un túmulo de
planta circular, columnas pareadas, pilares de orden dórico… los capiteles
fingían ser de oro, y las esculturas que aparecen en el túmulo son esculturas
de las virtudes del difunto, que fingían ser de bronce. Esto es muy
característico en la arquitectura efímera.
El féretro iba en el primer cuerpo, y todo el túmulo se
remataba con una cúpula transparente y una figura de la muerta, en forma de
esqueleto, pero con una composición particular: como un Cristo redentor.
Lo más importante es la bóveda semiesférica: es
transparente, formada por unas cerchas. Esta cúpula transparente era el modelo
que Bernini tenía pensado para rematar el Baldaquino de San Pedro.
Túmulo de Alejandro VII en San
Pedro de Roma, 1667. Bernini
A mediados del siglo XVII en Roma empieza a imponerse otro
modelo de túmulo, con un carácter mucho más barroco.
Tiene una estructura en forma de X en planta y alzado, más
barroca, de carácter abierto. En su centro tiene un pedestal muy elevado y de
forma muy sinuosa, movida, que es donde se coloca la urna funeraria.
Todo el conjunto se completa con los cuatro grandes
obeliscos que incorporan todo el programa iconográfico con jeroglíficos y
emblemas.
Este que vemos aquí es el modelo más característico de todos
los modelos papales del siglo XVII. Este modelo puede adquirir un carácter
arquitectónico, puede haber una serie de variantes.
Catafalco de Ana de Austria en
San Giovanni in Laterano, Roma, 1666, G. F. Grimaldi
Este catafalco adquiere forma de templete, y además utiliza
un orden de columnas corintias que según la crónica de la muerte era el orden
arquitectónico más adecuado para la Virgen Madre.
Tenemos materiales fingidos: oro, bronce, mármol… todo tenía
un programa iconográfico de carácter muy religioso, que exaltaba la figura
católica de la reina.
De hecho a la reina se la representa en ese nicho frontal,
rezando, lleva delante la corona real, justo a sus pies. Aparecen dos
esqueletos, dos representaciones de la muerte a los lados que parecen retirar
una cortina mostrando además en la parte superior un medallón en el que se
representa la sabiduría.
En toda la parte superior vemos el gran obelisco con los
emblemas, todo rematado por la figura de la fama.
Podemos encontrar también en Roma túmulos de tipo
baldaquino, y otros (aunque no tan frecuente) de tipo turriforme.
Túmulo de Felipe V en la Catedral de Granada, 1746
Desde Madrid se expande el modelo por todo el reino. Vemos
un modelo típico de la primera mitad del XVIII. Aquí ya el túmulo va
desintegrándose desde el punto de vista arquitectónico, gana importancia la
decoración. La planta de este túmulo es abierta, típicamente barroca, con forma
ochavada o mixtilínea y una decoración abundantísima que recubre todo.
Este sigue el camino abierto por los Churriguera en Madrid:
templete de abajo con planta poligonal/ochavada/mixtilínea, organizada con
arcos y estípites cada vez más barrocos y complicados. Se añaden unos pequeños
aletones o doseles con esculturas dentro (siguiendo el esquema del arte
gótico), complicando aún más la estructura. El orden clásico está
desapareciendo, y casi no hay capiteles (se utiliza una ménsula plana
recortada, típica de la estética del XVIII).
El segundo cuerpo también es ochavado, con arcos
esquinados e incluso aparecen estos
arcos con un cierto sabor gótico, arcos mixtilíneos. Un segundo cuerpo
presidido por la muerte con una guadaña y una capa de armiño que simboliza al
rey.
En el remate volvemos a encontrar lo mismo, con forma de
chapitel/pedestal muy movido con formas curvas y contrapuestas, repletos de
candelabros, con diseños barrocos y grandes volutas, todo rematado con un
jarrón de azucenas, símbolo de la Catedral de Granada.
Bajo los doseletes aparecen reyes anteriores de la casa,
arriba figuras de las virtudes, y múltiples jeroglíficos, y muchas calaveras.
Túmulo de Mª Amalia de Sajonia,
en la iglesia Colegial de San Sebastián de Antequera (Málaga), 1761
Con el neoclasicismo desaparece el modelo de túmulo
baldaquino.
El cortejo fúnebre será menos público, menos numeroso, más
racionales, habrá una mayor sobriedad ornamental en las exequias, sobre todo se
impondrán las formas geométricas y escultóricas, y los programas se van a regir
por una idea racionalista; se pone mayor énfasis en las hazañas y triunfos
terrenales de los difuntos.
Un modelo muy frecuente de túmulo en este momento, es el
túmulo de gradas. Era muy tradicional en el XVI por ser más barato. En el siglo
XVIII tiene un gran desarrollo por la economía y porque se acerca más al modelo
de obelisco a la antigua que se impone con el neoclasicismo.
Mª Amalia de Sajonia era esposa de Carlos III. Es un buen
ejemplo de túmulo de gradas, pero sigue teniendo un concepto muy barroco.
Tiene una estructura de gradas, con forma piramidal, y se
remata con un templete en el que se colocaba el ataúd. Se parece mucho a uno
que se levantó por la muerte de Carlos II. Todo adquiría un aspecto
espectacular por el enorme número de velas que se levantaba, con una estructura
muy movida y rococó.
El efecto escénico y teatral se intensificaba por el uso de
dosel tejido con oro que realmente cobijaba todo el conjunto y enlazaba con la
decoración de la iglesia.
El programa iconográfico era barroco y antiguo para la
época. Está presidido por la muerte en la parte superior, y abajo aparecen unas
figurillas (virtudes de la reina).
- V.R. Manuel: "Arte y Fiesta"; Universidad de Sevilla
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