viernes, 27 de junio de 2014

Comentario exhaustivo: "El Descendimiento", Roger Van der Weyden




La obra que nos ocupa para este comentario es la sección central de un tríptico, cuyas alas no han sido localizadas. Según las fuentes literarias fue pintado por Roger Van der Weyden, que nació en Tournai (Bélgica) hacia el 1400 y murió en Bruselas en el año 1464. Se trata de una de sus primeras obras al trasladarse a Bruselas en 1435 (siendo nombrado pintor de la ciudad en 1436), tras haberse formado en el taller de Robert Campin desde 1427 hasta 1432, cuando obtuvo el título de maestro. Alcanzó gran prestigio y fama desde el mismo momento de su realización. Aunque es una obra temprana en la producción de Van der Weyden, sorprende por su madurez y calidad.
El encargo lo realizó para el gremio o la Cofradía de los Ballesteros de Lovaina, para presidir la capilla de Nuestra Señora Extramuros de dicha ciudad, donde más tarde se rendiría culto a la Virgen de los Dolores. Ciudad en la que probablemente, el pintor residió desde 1432 a 1435. En honor a dicha cofradía, el artista va a introducir pequeñas ballestas en los ángulos de esta composición a modo de tracerías simuladas. 


En la iglesia de Lovaina estuvo El Descendimiento durante más de cien años. Su calidad y maestría suscitaron las mayores admiraciones de la regente de los Países Bajos, María de Hungría, que llegó a un acuerdo de canjeo con los responsables del templo y obtuvo la pintura original a cambio de un órgano y una réplica pintada por Michel Coxcie (Bélgica, 1499-1592), pintor y copista real.
Todo ello está documentado: en el año 1551 el cuadro ya estaba en poder de María de Hungría y será su sobrino Felipe II quien lo heredará de ella en 1555, llevándoselo a España. Este lo colocará en la capilla del Palacio del Pardo hasta su entrega al monasterio de El escorial en el año 1574. Esto se menciona en el Inventario de las obras donadas por Felipe II a dicho monasterio.
Después de la Guerra Civil española, en 1939, será incluida a la colección del Museo del Prado de Madrid, donde permanece hasta el día de hoy.

Su última restauración ha sido en el año 1993, por los talleres del propio Museo del Prado. En dicha restauración se le ha devuelto todo su esplendor a una capa pictórica que se estaba quebrando.


El tema que vemos representado en esta composición es el descendimiento de Cristo, un tema religioso que era típico de la pintura flamenca. Apreciamos como Cristo es bajado de la cruz.
En cuanto a las fuentes en las que nos podemos basar para describir este acontecimiento tendríamos que remitirnos a los cuatro evangelios, ya que nos hablan de este pasaje, (Mat.27:57-58; Mar.15:42-46; Luc.23:50-54; Jua.19:38-40). En ellos se nos describe con detalle el tema representado en esta pieza y el cual en el arte se ha representado hasta la saciedad.
Otras fuentes que nos hablan sobre este acontecimiento son: el evangelio apócrifo de Nicodemo y una carta de Poncio Pilato dirigida al César señalándole los acontecimientos ocurridos en Jerusalén. También tenemos la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine (1230-1298) con una serie de colección de vidas de santos de la cual nos interesa la de San Longino y la de María Magdalena.

La crucifixión de Cristo tuvo lugar la tarde de un viernes en el monte Calvario, que era donde se celebraban las ejecuciones capitales. Estaba situado a las afuera de la ciudad de Jerusalén. También se le conoce como el monte Gólgota.
La escena inmediata a esa crucifixión es el descendimiento, que representa el descenso del cuerpo de Cristo de la cruz. Puesto que al día siguiente era sábado, los judíos pidieron a las autoridades romanas que retiraran los cuerpos del monte. Así se aceleró la muerte de los dos ladrones, y aunque Cristo ya había muerto, un soldado le atravesó el costado con su lanza. Se procedió entonces a su descendimiento y posterior entierro.


En esta composición podemos ver como se representa ese acontecimiento, en el que según las Sagradas Escrituras, hubo una serie de personajes que estuvieron en este momento del descenso de Cristo, como José de Arimatea, hombre rico y respetado, miembro del sanedrín y seguidor de Cristo, que obtuvo permiso de Pilatos (el gobernador romano), para llevarse de la cruz el cuerpo de Cristo y poder darle sepultura. Para ello llevó una sábana de lino para envolverlo y, con Nicodemo, fariseo y magistrado, que trajo mirra y óleos para conservar el cuerpo, lo bajaron y lo envolvieron. Son ayudados por un muchacho, que acaba de desclavarle y ayuda a bajar el cuerpo de Cristo y otro personaje que porta el tarro de ungüentos.
Junto a ellos aparecen la Virgen María, madre de cristo, la cual sufre un desvanecimiento ante el dolor que sufre al ver a su hijo en la cruz. Se habla del ‘espasmo de la Virgen’. Escena que proviene de las Actas de Pilato 10,1; apócrifo del siglo II
La Virgen es asistida por San Juan y una de las santas mujeres, María Salomé.
También se puede apreciar a María de Cleofás detrás de San Juan inmersa en un gran llanto y María Magdalena con un cinturón que simboliza la virginidad y la pureza, en el que hay una inscripción: Ihesus María. Justo debajo de su rostro lloroso quedan los pies de Cristo, que posiblemente el pintor haya tenido presente que fue ella la que le ungió y secó los pies, en un acto de amor y arrepentimiento.

Con respecto a la composición hemos de decir que al tratarse de una pieza de altar, Van der Weyden lo concibió de esta forma apaisada, como un retablo de figuras talladas, dispuestas como altorrelieve, con un marco acanalado y ornamentos de tracería gótica en los ángulos superiores. Composición rigurosamente equilibrada y estructurada, que puede inscribirse en un óvalo. Comúnmente, los retablos escultóricos eran más costosos y cotizados que los pintados, por lo que aquí el artista recreó con trucos ópticos un grupo escultórico que hubiese costado mucho más caro.

Al tratarse de un tríptico de formato rectangular cuyas portezuelas laterales se han perdido, el pintor frente a la compartimentación habitual en varias escenas, concibió la pintura del interior como una escena única que sobrecogiera al espectador al abrir sus puertas. En dichas portezuelas no sabemos si existiría alguna referencia a los comitentes de la pintura; o las escenas del Camino al Calvario y la Resurrección; o los cuatro evangelistas y profetas… se han dado varias versiones de los que pudo estar representado en dicho tríptico.
El pintor coloca un fondo liso, de color dorado, elemento típicamente gótico que además tiene un sentido simbólico, es el emblema del sol y de la divinidad, simboliza la eternidad y es propio de lo divino, por lo que podríamos decir que está representando la santidad de los personajes pintados.


Van der Weyden coloca a diez figuras en un espacio reducido, cuyo fondo de color dorado cierra la composición y lo hace aún más comprimido. Para ello realiza una composición intelectualmente muy trabajada, ya que la superficie se distribuye mediante movimientos en las figuras que se corresponden o se complementan, sin que se aprecie un gran agobio. Por ejemplo vemos como en las figuras de San Juan y María Magdalena se forma esa especie de paréntesis que cierra la composición y centra la atención del espectador en lo que ocurre en el centro de la escena, que es realmente lo importante.
Al igual, captamos la repetición de la postura de Cristo en la Virgen desfallecida. Los dos al parecer en la misma posición nos hace pensar que ambos sufren el mismo dolor, ilustrando así la Compassio Mariae; se refleja el paralelismo entre la vida de Cristo y la de su madre. Al igual que la idea de intercessio, la intercesión de Cristo y la Virgen por los hombres. A pesar de los dos fuertes movimientos en el espacio, las figuras se adaptan a las condiciones de la superficie.
Van der Weyden fragmenta a sus personajes, le da una proporción más alargada y resalta en ellos los detalles anatómicos, con la fastuosidad, el brillo y los efectos patéticos de una representación teatral.

Cabe destacar que no encontramos nada de perspectiva, ya que todos los personajes aparecen en un primer plano. Podríamos considerar el muro de oro que forma el fondo de la obra como un segundo plano, pero es liso y no crea un espacio nuevo en la composición. Podríamos resaltar el efecto de profundidad que el artista incluye con ese trampantojo de las tracerías góticas en los ángulos, que parecen talladas en madera.
Esta falta de perspectiva es compensada por el autor con una gran corpulencia de las figuras representadas. El marcado que se hace del dibujo, las pequeñas sombras que encontramos detrás de cada personaje, los escorzos y yuxtaposición de los personajes así como los pliegues del ropaje, todo crea una sensación de tridimensionalidad.
En el centro se resalta la cruz en altura con la figura de un muchacho subido en la escalera ayudando a bajar el cuerpo de Cristo. Bajo ello el conjunto de las figuras restantes agrupadas en grupo de tres a ambos lados.
El tamaño de las figuras es muy grande y cuanto mayor sea el tamaño, más dificultad en perfeccionar los detalles. Estos resultan espectaculares, como las lágrimas que derraman algunos personajes, tan reales que recuerdan a brillantes, las manos y uñas, los cabellos y barbas, los nudos de la escalera y las texturas y apliques de las vestimentas.


En el primer término, abajo, hay una pequeña alusión al paisaje, elemento típico en la pintura flamenca. Aquí encontramos pequeñas plantas, un hueso, piedras y una calavera. Según la tradición iconográfica cristiana, esos restos pertenecen a Adán, el primer hombre sobre la Tierra. Si por Adán caemos en el pecado con Cristo nos redimimos de él, ya que Cristo al sacrificarse a sí mismo en la cruz introdujo la posibilidad de redención del hombre, es decir, de su liberación del pecado original. Los escritos medievales se propusieron establecer vínculos históricos suponiendo que Adán fue enterrado en el lugar donde se produjo la crucifixión, de ahí su representación.

La técnica que utiliza Van der Weyden es la pintura al óleo sobre tabla en un formato apaisado de dimensiones 2,6 metros de ancho por 2,2 metros de alto. Esta pintura al óleo muestra su preciosismo gracias al avance de la técnica que deja mostrar las calidades de los objetos.
Algunas características del arte flamenco, serán el empleo de colores brillantes, que recuerdan a los pigmentos usados para la iluminación de las miniaturas. También el detallismo aplicado a estas pequeñas obras maestras se transmite a la pintura de gran formato. Este rasgo lo permite en gran medida el avance técnico que ya existía sobre el óleo, pero tenía un proceso de secado tan lento que no lo hacía demasiado útil. Los pintores flamencos del siglo XV no inventaron la técnica al óleo, pero contribuyeron a su consolidación y difusión durante el siglo XV y XVI. Utilizaban tintas fluidas y transparentes, aplicadas por medio de veladuras para obtener las luces, para sombrear delicadamente, o para matizar el color del fondo.
La nota dominante en su estilo va a ser la maestría en la composición, la elegancia de proporción y actitud de las figuras y el profundo sentido dramático en el gesto.

En cuanto a cómo representa Van der Weyden a los personajes cabe destacar que la vestimenta de cada uno sirve como símbolo de su clase social. El pintor se explaya en la concreción de las calidades, todo tratado con sumo detalle y preciosismo. Todos ellos llevan hermosos ropajes cuyas texturas permiten diferenciar los tejidos, como terciopelos, sedas, brocados… Las figuras se representan como burgueses de la época, por lo que el tema sacro se representa como algo mundano. Los ropajes y el claroscuro proporcionan los efectos lumínicos. También es un indicativo del poder del que encarga la obra, con lo que además tendremos que destacar el color utilizado para cada personaje, resaltando el color azul y verde, pigmentos que proceden de moler piedras semipreciosas.


Cristo es representado desnudo con el paño de pureza blanco. José de Arimatea se representa como un rico burgués de la época, con una ropa negra rematada con piel, jubón rojo con remate de pedrerías, calzas rojas y bonete granate. Contrasta con Nicodemo, personaje más modesto y de menor magnificencia, que aparece también ricamente vestido con una túnica negra y encima una ropa sin ceñir con adorno en damasco y borde de piel, con una gran minuciosidad en los detalles y un turbante negro. El hombre que sostiene el bote de ungüentos de detrás lleva un jubón negro y encima una sencilla ropa verde. El muchacho encaramado a la escalera de la cruz lleva una sencilla túnica blanca, símbolo de la inocencia y debajo un jubón y calzas.
María Magdalena aparece vestida con saya grisácea de mangas rojas, pañuelo a la cabeza y falda violeta, (ceñida por dicho cinturón comentado anteriormente), color que simboliza el amor y la verdad, o bien la pasión, el sufrimiento o la penitencia. María Salomé con una ropa verde propia de la moda del momento, ceñida bajo el pecho por una especie de cordoncillo y toca verde, también con turbante. San Juan aparece representado con aspecto joven, descalzo y con túnica y manto rojo, color de la sangre que se relaciona con las emociones, además es el color del poder soberano entre los romanos, con analogía entre los cardenales. De ahí que pueda evocar su amor por la acción. Detrás de él apreciamos a María de Cleofás con una especie de hábito gris y turbante blanco, símbolo del duelo y humildad. Y por último, la Virgen que aparece con una ropa y manto azul (símbolo del amor celestial, color de la verdad), con filos dorados y pañuelo blanco. Tanto ella como la figura de San Juan son las únicas que podríamos decir que van vestidas como santos.

La capacidad que tiene Roger Van der Weyden para retratar el dolor y el sufrimiento es algo que nos puede llegar a conmover. Instala en ello con facilidad una atmósfera de intenso dramatismo. Concibió la obra como la expresión visual de una angustia interior y una imagen que concentra la diversidad de las emociones humanas. Imagen que muestra el dolor, la excitación y la desesperación provocada por la muerte, con una expresividad excesiva del llanto, de las lágrimas, y de la gesticulación. Dolor contenido en unos casos y explícito en otros.
El artista representa un drama pero lo hace a través de formas bellas. Desarrolla una estética inédita de un tema patético. 

No se conoce ninguna obra firmada por Roger Van der Weyden pero gracias a documentos de archivo, se le pueden atribuir con certeza muchas de ellas, sobre todo las principales conservadas en España. Hay que decir, que en las últimas investigaciones que se han llevado a cabo, han dado que pensar que esta obra podría haber sido realizada por su maestro Robert Campin. Así al menos lo sostiene Matías Padrón, conservador de pintura flamenca y holandesa del Museo madrileño del Prado, quien a su vez recibió la confidencia de un afamado profesor francés que lleva años estudiando el cuadro.
Esto sería todo un escándalo, ya que el Descendimiento y una Crucifixión que está en el monasterio de El Escorial, son las únicas pinturas de Van der Weyden que se consideran perfectamente documentadas.








Manme Romero.






Fuentes consultadas:
-      AA.VV: La guía del Prado. Museo Nacional del Prado.
-  BERMEJO MARTÍNEZ, E.: La pintura de los primitivos flamencos en España, volumen 1.
-      CARMONA MUELA, J.: Iconografía cristiana: guía básica para estudiantes.
-      FERGUSON, G.: Signos y símbolos en el arte cristiano.
-      HALL, J.: Diccionario de temas y símbolos artísticos.
-      PANOFSKY, E.: Los primitivos flamencos.
-      RÉAU, L.: Iconografía del arte cristiano.



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