martes, 11 de febrero de 2014

Fiestas Luctuosas II: Barroco



Hoy abordaremos el tema de las fiestas luctuosas en el Barroco, para completar el post que hicimos sobre estas mismas fiestas en el Renacimiento (podéis verlo aquí).

Los temas de las exequias reales no cambian con respecto a las que se hicieron en el Renacimiento. Tanto la iconografía como la escenografía iban encaminadas a exaltar las virtudes del rey.
La legitimidad del  rey se demostraba aquí, y la continuidad de su poder. Las fiestas luctuosas son el último eslabón desde que nace el rey.

Ya en el siglo XVIII, con las ideas ilustradas, se vuelve a un tema que era mucho más evidente en el Renacimiento: el triunfo sobre la muerte a través de la fama.
Los programas iconográficos de las exequias se hacen más claros, y desaparecen los temas macabros, sustituyéndose por una iconografía más triunfalista, que alude a la vida del fallecido.


Tampoco encontraremos grandes cambios respecto a la organización de las exequias. Lo verdaderamente nuevo va a ser la grandiosidad y el carácter escenográfico o teatral que adquiere la escenografía dentro de la iglesia.

En cuanto al proceso, tampoco hay grandes cambios, aunque tenemos que distinguir el protocolo de palacio y las exequias que se realizan en las diversas ciudades de un reino (son dos procesos distintos).

Una vez que el rey moría en palacio, lo primero era el embalsamamiento, y  después se procede a difundir la noticia por el reino. A continuación se exhibe el cadáver en una capilla ardiente: al principio de forma privada, pero después se empieza a instaurar la costumbre de la exhibición pública (a mediados del XVII). Esto dura unos días, y después se traslada el féretro al lugar de enterramiento, mediante un cortejo fúnebre, con un protocolo muy rígido que se crea en tiempos de Felipe II y que en el siglo siguiente se mantiene prácticamente igual.
En primer lugar iban los clarines y alguaciles, detrás las órdenes mendicantes, después los alcaldes de corte y funcionarios de palacio, y finalmente los capellanes y las familias. Alrededor del ataúd iban los alabarderos. El pueblo se unía al cortejo por detrás. Los que iban más cerca del cadáver eran los obispos y mayordomos. 
A continuación se declaraba un luto oficial, y posteriormente (uno o dos meses) se realizaban las exequias, es decir, los funerales con todos los elementos decorativos (bien en catedrales o en iglesias importantes).

Por lo que respecta a las exequias, por un lado estaban las de la corte, también las que realizaba el Ayuntamiento de Madrid, y en el resto de España y del Imperio, los encargados de realizar las exequias eran instituciones muy diversas: cabildo eclesiástico de la ciudad, universidad, reales fábricas… etc.
Se hacían una serie de actos antes de las exequias, que suelen ser rogativas, vigilias, misas solemnes y pregones de luto. Después ya se celebraban propiamente las exequias, donde se desplegaba toda la grandiosidad necesaria para impactar al pueblo a través de una decoración y ambientación escenográfica. Lo que se pretendía era exaltar la figura del poder real, y además se exaltaba a los asistentes (personalidades principales).

 Exequias por Mª Luisa de Orleans en Palermo, 1689, ornato de la nave de la iglesia

Las iglesias se transformaban interiormente mediante elementos efímeros: alfombras, paños, tapices, candelabros, pinturas, esculturas, candeleros, bancos enlutados… se cubría toda la iglesia, incluso se cubrían las ventanas, donde el centro de atención era el túmulo (catafalco). En definitiva, la iglesia se convierte en una especie de teatro efímero impactante, donde se escenifica el poder.
Como ejemplo tenemos las exequias por Mª Luisa de Orleans en Palermo, con la nave oculta por todos los elementos que incluso llegan a la bóveda. Se crea un espacio muy atractivo, con ventanas tapadas por las telas, dejando como única iluminación la de las velas.
No todo eran lámparas y telas, también había emblemas y jeroglíficos por todo el templo; eran de difícil comprensión para el público iletrado.

 Plano y distribución de las exequias celebradas en el Real Convento de la Encarnación de Madrid por Felipe IV en 1666

También era importante la colocación de los asistentes a la misa, siendo un elemento más de escenografía y teatralidad.
La calle fúnebre (pasillo longitudinal) quedaba delimitada por medio de vallas, estrados y alfombras de luto, todo culminaba en el túmulo. Además, ese pasillo fúnebre le da a la escenografía mayor solemnidad, porque tiene una función procesional (los asistentes pasan por ese pasillo al ir a sus asientos).
Aquí vemos el rígido protocolo a la hora de distribuir a las personas que acudían a las exequias.
Normalmente en Madrid el túmulo se colocaba en el crucero de la iglesia. Detrás de él, en el altar mayor, se situaba el clero oficiante que hacía la misa (cardenal, obispo y capellanes).
La zona principal era el crucero, entorno al túmulo: la familia real (si asistía) junto con los grandes de España (nobles). En el otro lado del crucero se colocaban los embajadores, mayordomos y capellanes de honor. Finalmente en el pasillo fúnebre, en una valla, estaba destinado a la clase política, los consejos, obligada a ir a las exequias. Todos desfilaban por el pasillo e iban tomando sus propios asientos.
Todo se enfocaba al túmulo, perfectamente iluminado y podía verse desde cualquier punto de la iglesia (por su altura), incluso por el pueblo, que podía colocarse por detrás de los estrados.
Otro elemento básico estaba en los púlpitos: con interminables sermones en las misas acerca del rey y de la muerte, como una especie de mantra.

 Túmulo de Carlo Barberini en Sª Mª in Aracoeli, Roma, 1630. Bernini, Borromini y otros

En el túmulo se acumulaba todo el significado de las fiestas fúnebres a través de los puntos de luz, las velas, jeroglíficos, paños, esculturas, pinturas… concentraban todo el significado.
El túmulo en sí mismo rememoraba los antiguos mausoleos del mundo clásico. Al mismo tiempo, el túmulo, se consideraba como un trono real, puesto que el féretro era la sede de la majestad del rey. Al mismo tiempo, el túmulo también funciona como un templo, iglesia, pues normalmente desarrollan la función de altar, en este sentido, el túmulo refuerza el carácter divino de la propia monarquía. La mayor parte de la luz se concentraba en él, mientras que el resto de la iglesia estaba totalmente oscurecido.
Las formas de los túmulos dependerán del país, e irán evolucionando con el tiempo y con las modas artísticas.
En Roma tendrán mucho peso los modelos antiguos, los mausoleos romanos imperiales: Adriano y Augusto; al igual que las pirámides y obeliscos.
El lenguaje clásico nunca se pierde, esto se debe a que el Templete de San Pedro de Bramante, tiene mucha fuerza como prototipo.
A principios del siglo XVII el túmulo circular sigue muy de moda en Roma: planta circular con dos cuerpos y una cúpula.

Aquí se nos muestra ese aspecto clásico de un túmulo de planta circular, columnas pareadas, pilares de orden dórico… los capiteles fingían ser de oro, y las esculturas que aparecen en el túmulo son esculturas de las virtudes del difunto, que fingían ser de bronce. Esto es muy característico en la arquitectura efímera.
El féretro iba en el primer cuerpo, y todo el túmulo se remataba con una cúpula transparente y una figura de la muerta, en forma de esqueleto, pero con una composición particular: como un Cristo redentor.
Lo más importante es la bóveda semiesférica: es transparente, formada por unas cerchas. Esta cúpula transparente era el modelo que Bernini tenía pensado para rematar el Baldaquino de San Pedro.

 Túmulo de Alejandro VII en San Pedro de Roma, 1667. Bernini

A mediados del siglo XVII en Roma empieza a imponerse otro modelo de túmulo, con un carácter mucho más barroco.
Tiene una estructura en forma de X en planta y alzado, más barroca, de carácter abierto. En su centro tiene un pedestal muy elevado y de forma muy sinuosa, movida, que es donde se coloca la urna funeraria.
Todo el conjunto se completa con los cuatro grandes obeliscos que incorporan todo el programa iconográfico con jeroglíficos y emblemas.
Este que vemos aquí es el modelo más característico de todos los modelos papales del siglo XVII. Este modelo puede adquirir un carácter arquitectónico, puede haber una serie de variantes.

 Catafalco de Ana de Austria en San Giovanni in Laterano, Roma, 1666, G. F. Grimaldi

Este catafalco adquiere forma de templete, y además utiliza un orden de columnas corintias que según la crónica de la muerte era el orden arquitectónico más adecuado para la Virgen Madre.
Tenemos materiales fingidos: oro, bronce, mármol… todo tenía un programa iconográfico de carácter muy religioso, que exaltaba la figura católica de la reina.
De hecho a la reina se la representa en ese nicho frontal, rezando, lleva delante la corona real, justo a sus pies. Aparecen dos esqueletos, dos representaciones de la muerte a los lados que parecen retirar una cortina mostrando además en la parte superior un medallón en el que se representa la sabiduría.
En toda la parte superior vemos el gran obelisco con los emblemas, todo rematado por la figura de la fama.
Podemos encontrar también en Roma túmulos de tipo baldaquino, y otros (aunque no tan frecuente) de tipo turriforme.

Túmulo de Felipe V en la Catedral de Granada, 1746

Desde Madrid se expande el modelo por todo el reino. Vemos un modelo típico de la primera mitad del XVIII. Aquí ya el túmulo va desintegrándose desde el punto de vista arquitectónico, gana importancia la decoración. La planta de este túmulo es abierta, típicamente barroca, con forma ochavada o mixtilínea y una decoración abundantísima que recubre todo.
Este sigue el camino abierto por los Churriguera en Madrid: templete de abajo con planta poligonal/ochavada/mixtilínea, organizada con arcos y estípites cada vez más barrocos y complicados. Se añaden unos pequeños aletones o doseles con esculturas dentro (siguiendo el esquema del arte gótico), complicando aún más la estructura. El orden clásico está desapareciendo, y casi no hay capiteles (se utiliza una ménsula plana recortada, típica de la estética del XVIII).
El segundo cuerpo también es ochavado, con arcos esquinados  e incluso aparecen estos arcos con un cierto sabor gótico, arcos mixtilíneos. Un segundo cuerpo presidido por la muerte con una guadaña y una capa de armiño que simboliza al rey.
En el remate volvemos a encontrar lo mismo, con forma de chapitel/pedestal muy movido con formas curvas y contrapuestas, repletos de candelabros, con diseños barrocos y grandes volutas, todo rematado con un jarrón de azucenas, símbolo de la Catedral de Granada.
Bajo los doseletes aparecen reyes anteriores de la casa, arriba figuras de las virtudes, y múltiples jeroglíficos, y muchas calaveras.

 Túmulo de Mª Amalia de Sajonia, en la iglesia Colegial de San Sebastián de Antequera (Málaga), 1761

Con el neoclasicismo desaparece el modelo de túmulo baldaquino.
El cortejo fúnebre será menos público, menos numeroso, más racionales, habrá una mayor sobriedad ornamental en las exequias, sobre todo se impondrán las formas geométricas y escultóricas, y los programas se van a regir por una idea racionalista; se pone mayor énfasis en las hazañas y triunfos terrenales de los difuntos.
Un modelo muy frecuente de túmulo en este momento, es el túmulo de gradas. Era muy tradicional en el XVI por ser más barato. En el siglo XVIII tiene un gran desarrollo por la economía y porque se acerca más al modelo de obelisco a la antigua que se impone con el neoclasicismo.
Mª Amalia de Sajonia era esposa de Carlos III. Es un buen ejemplo de túmulo de gradas, pero sigue teniendo un concepto muy barroco.
Tiene una estructura de gradas, con forma piramidal, y se remata con un templete en el que se colocaba el ataúd. Se parece mucho a uno que se levantó por la muerte de Carlos II. Todo adquiría un aspecto espectacular por el enorme número de velas que se levantaba, con una estructura muy movida y rococó.
El efecto escénico y teatral se intensificaba por el uso de dosel tejido con oro que realmente cobijaba todo el conjunto y enlazaba con la decoración de la iglesia.
El programa iconográfico era barroco y antiguo para la época. Está presidido por la muerte en la parte superior, y abajo aparecen unas figurillas (virtudes de la reina).




Manme Romero.






Fuentes consultadas:
- V.R. Manuel: "Arte y Fiesta"; Universidad de Sevilla


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